Me gusta salir temprano por las mañanas y oír los quejidos de mi perra cuando la despierto, parecen pequeños gruñidos amorosos. Es un pequeño reclamo que se oye desde dentro de su casa, "¿ya te vas tan temprano?, ¿y por qué me despiertas?... al menos espera a que salga el sol."
Sale de su casa y me mira, "bueno, ya que me despertaste, déjame darte lengüetazos."
Tomo mis cosas mientras ella se estira.
Siempre espera que baje yo primero las escaleras para que abra la puerta. Es muy educada. Mira atentamente lo que hago con sus ojos de sueño. Pero no me engaña, su sueño es mera pantalla por que sé que así aprendió a abrir la puerta, observando.
Camino rumbo al coche mientras ella ya camina a mi lado, un poco más deprisa, como queriendo apurarme. Meto mis cosas en la cajuela y me insinúa con la mirada "ya me despertaste, pero ahora ¿puedes darte prisa?, quiero ir al baño y a oler por la mañana."
Abro la reja y sin correr, sale presurosa.
A los pocos segundos regresa, más despierta, más fresca, se queda parada viendo cómo me voy.
Es nuestra rutina y plática diaria.
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